miércoles, 8 de diciembre de 2010

Historia a trozos 2

Dejamos a nuestros amigos los soldados peleándose, mientras el chico y la mujer estan completamente desorientados.


El chico granujiento seguía con la cabeza gacha, absorto en sus pensamientos. La mujer prestaba atención a la conversación, mientras que el otro joven continuaba impertérrito.
Los dos soldados continuaron la conversación:

-Estamos muertos, de eso no hay duda. Yo recuerdo el cañón de la pistola en mi boca. ¿Y a ti que te pasó, te resfriaste en la estepa, iván?

El ruso recordaba sus últimos momentos, acosado por la aviación alemana, tras varios días sin comer, decidió apoyar el cañón de su fusil contra la sien y disparar. Luego apareció en ese extraño lugar. No obstante, no quería que el alemán supiese demasiado.
-Sí, yo también estaré muerto. Es lo que pasa cuando eliges este oficio.
El joven granujiento levantó la cabeza y dijo:
-¿Por qué hemos acabado aquí?
-Si, porqué. Y además, un grupo tan variopinto de personas. Tu y la mujer sois estrafalarios-dijo el alemán.
El chaval pensó que ni en la muerte se podría librar de los insultos y vilipnedios. Bajó la cabeza y comenzó a llorar.
Observaron al otro joven, que seguía sin cambiar la expresión, ni un solo cabello se había movido del sitio. Seguía mirando a la nada. Todos se le quedaron mirando, excepto el chaval de diecisiete años. Cuando dejaron de prestarle atención y se giraron, sólo dijo una palabra:
-Suicidio.
Todos le miraron extrañados. No parecía que él hubiera pronunciado aquella palabra, puesto que seguía igual. El alemán rompió el silencio:
-Yo me voy de aquí, diga lo que diga nuestro amigo iván. Quien me quiera acompañar, que lo haga.
-Yo te seguiré, te lo aseguro-dijo el ruso-no voy a dejarte sin vigilancia.
La mujer se levantó y se fue para el alemán. El joven granujiento la siguió con la mirada, y se situó a escasos pasos de ellos. El otro joven no cambió ni la expresión ni la postura.
-Adelante-dijo el alemán-en línea recta llegaremos a algún sitio.
Comenzaron a andar. El ruso seguía desconfiado al alemán. La mujer iba tras el ruso, sin prestarle atención. El joven, temeroso, seguía a la mujer a cinco pasos de distancia. Andar por ese lugar era desalentador: no tenían la sensación de avanzar. El único punto de referencia era el joven que habían abandonado, que ya lo habían perdido de vista. Podrían llevar siglos caminando, pero no se cansaban. No había cambios en la luz, estaban continuamente en suspensión sobre aquel color opaco y neutro, aunque sus pies tenían la sensación de tocar un suelo pulido. Marchaban sin cesar, ni el hambre ni el cansancio les acechaba, tampoco tenían sueño ni necesidad alguna. Con la paciencia agotada, el ruso exclamó:
-¡Basta! No tenemos ninguna forma de adivinar cuánto tiempo llevamos caminando, pero esto marcha es estúpida, y más aún su cabecilla. Podríamos continuar hasta...
-¿Hasta dónde, iván? Llegamos al acuerdo de que estábamos muertos. ¿Qué sucederá tras la muerte?-dijo en tono burlón
-No soy teólogo, pero no creo que nada más.-suspiró.
Se divisaban formas. No podría decirse dónde estaban: carecían de puntos de referencia; quizá eran humanos a lo lejos, o enanos que rozaban las puntas de sus zapatos. El ruso y el alemán empezaron a gritar, pero parecían no escucharles, o quizás no quisieran. Aquella hilera de seres, de los que apenas se distinguía su forma, caminaban a un paso lento y calculado, como soldados. El ruso se sobresaltó cuando algo de rozó el hombro: una mujer pasó a su izquierda. Su cabello castaño se dejaba caer en una melena sobre los hombros. Lleva un vestido que contrastaba con su pálida piel.
El ruso se adelantó a agarrarla, pero la mujer, con un rápido movimiento de hombros, se zafó de él, y continuó su camino hacia la nada. Observaron cómo iba desapareciendo.
-Me desconcierta-dijo el alemán-deberíamos sentarnos y pensar qué vamos a hacer.
-Creo que será lo mejor.-cuando dijo esto, el joven granujiento volvió a sucumbir al llanto, y el ruso gritó-¡te vas a callar ya! No sé de donde has salido, ¡pero eres insoportable! Odio este sitio,¡y os odio a cada uno de vosotros! ¡Odiaría algo más si no es porque estoy sumido en la nada!-estaba rojo de ira, con los puños apretados. Se sentó en el suelo. El alemán hizo lo mismo. El joven hipaba y sollozaba, con la cara roja. Bruscamente se levantó, y gritó, no a nadie, si hubieran estado en algún sitio concreto habrían dicho que era un grito dedicado a los árboles del lugar, o a las montañas, pero en grito en ese sitio sólo podía ir dirigido a la nada.
-¡Me suicidé para librarme de gente como vosotros! Me odiaba, odiaba a los demás, odiaba todo lo que rodeaba. A todo le tenía pavor y pánico; no salía de mi casa, nunca tuve amigos. ¡Me quité la vida para escapar de ella, no hubiera esperado nada, me gustaría haber desaparecido, acabado! Y, por fín que decidí a hacer lo único bien que he hecho en mi vida, que fue despojarme de ella, se me vuelve contra mí. Vuelvo a encontrarme la misma mierda, los mismos hijos de puta en todos lados: mi escuela, mi instituto... y en la muerte. ¿Ahora qué hago? ¿Vuelvo a suicidarme? ¡Todo es un completo desastre!-se derrumbó en un conjunto de balbuceos y lágrimas. Este discurso agotó la paciencia del ruso, que rápidamente golpeó al muchacho en el suelo. Los golpes y las patadas caían en su cuerpo, hecho un ovillo, pero el joven no parecía darse cuenta: en aquel lugar no existía el dolor físico, sólo paranoia, depresión, ansiedad... El alemán separó al ruso; no era un acto de piedad sobre el pobre joven, sino un acto de poder: quería demostrar quién mandaba en aquel extraño lugar. Ante el poder absoluto sobre aquel estúpido adolescente y la pálida mujer sólo se oponía aquel bolchevique envuelto en su abrigo verde guateado. El ruso, no obstante se zafó, e inmediatamente comenzó a golpear al alemán. Enzarzados en aquella pelea, observaron que no podían hacerse daño: no existía el dolor. Pararon, confundidos. La violencia no podría solucionar ningún problema en aquel lugar. La violencia habría acabado, al menos temporalmente, con la pelea de aquellos hombres, pero no fue así.
Contrariado, el alemán se separó del grupo, y se perdió. El ruso miró con desprecio al chico, comprendió que no solucionaría nada en aquel lugar golpeando a ese patán, y se sentó. La mujer observó aquella escena, sin atreverse a hacer nada. Los balbuceos del chico continuaban, y la ira del ruso iba en aumento.
-¿Y tú, estúpida?¿Piensas hacer algo o simplemente seguirnos infinitamente?-la mujer no respondió, pero miró al ruso. Está bien-dijo el ruso-no contestes, no vas a clarar nada. Hubiera sido mejor haberse podrido en algún campo de concentración.
-Hubiera sido mejor para todos-lo interrumpió el joven.
El ruso contrajo la cara, pero no dijo nada. Se levantó y se marchó, dejando la joven y a la mujer solos. La mujer miró al joven, fue a abrir la boca, pero no salió ningún sonido.

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