miércoles, 1 de septiembre de 2010

Intrépidos compradores 2

Siento el retraso, me lie con los nombres al escribir la segunda parte en mi vacaciones estivales. Que lo disfruteis:

En la refrigerada estancia, Pablo miraba pasmado las enormes hileras de estanterias de la tienda, cargada de lo que a él le parecía ropa ordinaria, estrafalaria y cara, subrayando en sus pensamientos este último vocablo.
-¡Vamos!- dijo Juan, sonriendo. Pablo se quitó las gafas de sol, aunque se arrpintió de quitárselas, dado que los focos resultaban hirientes. Tras sortear una suerte de hileras y maniquíes, con ropa cada vez más cara e idiota según el juicio de Pablo, se encontraron ante una pared llena de calzoncillos, de todos los tamaños y colores. Pero no estaban los clásicos calzoncillos de algodón, lisos o con filigranas, largos como si fuesen un pantaloncito, que acostumbraba a calzar Pablo.
-Bueno, aquí los tienes. Sabía que te encantarían- Juan, en la suficiencia que siempre trataba de mostrar para ocultar sus complejos e inseguridades, no podía alcanzar a ver la cara de Pablo, que miraba espantado lo que él veía como unas excentricidades de lycra.
-A ver, Juan...- Pablo iba a tratar de ser suave, rozando la cortesía, puesto que no quería peleas con su amigo- yo uso calzoncillos de algodón, ciento por ciento algodón, con perneras y sin un elástico que moleste mi...
-Venga ya, Pablo, los calzoncillos de algodón ya no se venden, desaparecerán como han desaparecido los casetes, los videos y la cultura en la televisón...
-¡Pues mientras unas fieles tejedoras sigan haciendo calzoncillos de algodón, yo seguiré comprando calzoncillos de algodón!- Pablo estaba enervado y nervioso, gracias a esa capacidad innata de Juan para sacar de quicio hasta al mismísimo Santo Job.
-Vega ya, Juan! Pero si es la moda y todo...
-Luis, los calzoncillos no van a la moda. Se llevan por dentro del pantalón y...
-Pues este año no ha sido asi...- si, así era. En esos locos tiempos, el calzoncillo subía por encima de la cintura, y el pantalón bajaba un poco de esta, mostrando los calzoncillos de manera grotesca. Otra de las estupideces a purgar según el criterio de Pablo. Y otra estupidez que Juan imitaba, no por estúpido, sino por complejo. Afortunadamente para Juan, su padre había decidido, dos años antes, que Luis y un pañuelo palestino no podían convivir bajo su techo, salvándole de las burlas de Pablo y la pandilla. Todas esas ideas venían a la cabeza del enfurecido Pablo, que viendo la hora que era tendría que posponer su compra para el día siguiente.- Luis, si me encuentras un calzoncillo de algodón, lo compro, pasando por alto el horroroso diseño que tenga.
-¿Y por qué no de lycra? Son muy cómodos, flexibles y...
-Y nada. No me gustan, no me gusta llevar nada pegado a la entrepierna, y los pelos como que pican.
-¿Pero no estás depilado?- dijo asombrado Juan, que en su cabeza no podía creer que aún hubiese gente que no hubiese pasado por la cera.
-No me jodas que también te depilaste ahí- Pablo puso especial ahínco en la última palabra, totalmente asqueado.
-Claro que sí, tod...
-No no no, no me lo cuentes. Prefiero no saberlo. Mira, déjalo que en que no me gusta tener lycra pegada a mi entrepierna
-Pero deberías usar la cera en...-reincidió Juan, tratando de dar uno de sus brillantes consejos.
-¡Mira, Luis, lo único que debes de saber de mi entrepierna es que es más grande que la tuya, y punto!
-¡Ja, ya te gustaría!- respondió burlón Luis.
Deben de saber los lectores que cuando dos adolescentes se inmiscuyen en esta diatriba, nunca suele acabar, y menos bien. Podrían pasar horas y horas hiperbolizando su miembro viril, rayando la broma, pero tomándolo en serio. Pero como esta es una obra de ficción (y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia), dejemos en que ambos dejaron la impúdica conversación tan amigos como antes.
-De acuerdo, si encontramos unos calzoncillos con una bragueta monstruosa, te los compras- respondió mordazmente Juan, retomando la fálica conversación. Un momento, mira esto- descolgó unos calzoncillos, verdes con infinitas líneas con tonos parduscos atravesándolos, con una palabra italiana en el elástico que indicaba su diseñador (Pablo volvió a mostrar su rechazo a que unos vulgares calzoncillos fuesen “de diseño”)- estos calzoncillos tienen el cincuenta por ciento de algodón. Ahora sólo saldrás la mitad de defraudado- y comenzó a reirse de su propio chiste.
-No, no, prefiero que...no- Juan notó el tono de Pablo cambiado, la seguridad de su voz había sido sustituida por la ira, una ira ciega y despiadada.- Oh, Pablo, no me digas que es por esto- y señaló la palabra italiana del diseñador- macho, que de eso hace dos meses. No puede ser que aún te andes rallando por eso.
-¡Cállate, joder! Tu no sabes lo que es eso, porque nunca lo has sabido!

Todos los fantasmas de Pablo habían vuelto al leer aquella palabra, al igual que volvían cuando veía un anuncio de pizzas por la televisión o veía las tres barras, grana alba y verde en cualquier lado.

Continuará

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