sábado, 21 de enero de 2012

La ciudad del azahar




Si hay un género novelístico que esté en boga, ese es la novela histórica. Es una novela que atiende a varios tópicos: personajes planos, historias de amor azucaradas, viajes, giros argumentales inesperados... todo ello dentro de un determinado marco histórico.
La novela que nos ocupa es La ciudad del azahar de César Vidal. Es otra de estas novelas que parecen que las editoriales pagan al peso, debido a su volumen, con una historia sencilla y unos personajes tipo.
La historia trata sobre Qamar, una joven de Bagdad, viaja a Al-Ándalus para encontrar un laúd de cinco cuerdas. Es rubia, zurda y con los ojos azules, malas señas para el islam. Por si fuese poco, nada mas desembarcar es tomada por esclava y viajará por prácticamente todas las cortes ibéricas del momento.
La novela tiene un personaje principal, Qamar, la cual vivirá mil aventuras y un gran amorío. Se codeará con personajes de relevancia histórica y será testigo de los grandes acontecimientos que marcarán la historia de la Reconquista. El amor, la pasión, la violencia, las intrigas, la muerte, la sharia y la religión son temas fundamentales de una novela que se va desenvolviendo tratando de captar al lector y que, siendo justos, lo consigue en momentos.
Está escrita en primera persona, con un estilo sencillo, aunque muy metafórico. Lejos de embellecer, las metáforas se vuelven cansinas (la metáfora del alcotán ya me chirria; el que la lea entera sabrá a qué me refiero). No obstante, habría que resaltar el uso de los arabismos, todo un despliegue de léxico que sin duda alguna nos enseñará alguna palabra que otra.
Los capítulos vienen precedidos por una enseñanza vital (algunos son cuentos clásicos o historias bíblicas) que rompen el ritmo narrativo, pues el autor deja capítulos inconclusos a posta para tratar de enganchar al lector.
Si tuviese que quedarme con algo de la novela, sería el sentimiento de confusión que infunde al lector, probablemente una confusión igual que la que siente la protagonista. Esto se consigue mediante el uso de los arabismos en topónimos y nombres, y no siendo demasiado pródigo en explicaciones geográficas. Para aquel que no sepa demasiado de la Edad Media en España se perderá ante ciudades como Shaliquiya y, si quiere orientarse habrá de mirar un libro de historia o irse al glosario de arabismos que el autor coloca al final de la novela.
Sin embargo, esta novela peca, como muchas actualmente, de carecer de profundidad psicológica y moral. Y no es que el autor no pretenda dar lecciones con esta novela (que las da, hablaré de ello más adelante) sino que los personajes carecen de desarrollo y la delgada línea del bien y del mal está trazada desde el principio de la novela.
Los personajes apenas mutan; el lector identificará rápidamente a los buenos y a los malos de la novela. Los únicos que parecen cambiar un poco son Qamar (lo cual veo lógico cuando una novela de 700 páginas se centra en un personaje) y Aberramán (no aparece numerado en la novela pero es Abderramán III), y este último por motivos mas históricos que novelísticos. Sin embargo, la conversión religiosa de Qamar se toma con una ligereza que yo consideraría de impropia.
El mensaje de la novela está claro: desmentir la famosa Córdoba de las tres culturas, mostrando la dominación que árabes hacían sobre musulmanes hispanos, cristianos y judíos. Aparte de esta revisión histórica, la novela va cargada de un mensaje religioso cristiano que hará que muchos lectores renieguen desde el principio de ella y a otros les resulte cansino y cargante. Va cargada con una moralina buenista y bienintencionada que yo por lo menos no comparto.
Asimismo, pese a que el autor diga lo contrario en su nota al final de la novela, creo que vuelve a existir una adaptación de la mentalidad moderna a un contexto histórico tan diferente como es Al-Ándalus del siglo X. No obstante, concedo este último campo al autor, dado que es un auténtico experto en la materia (y así se afirma al principio del libro) porque nos hallamos ante realidades marcadas indeleblemente por el sello de lo eterno. Aunque no me convence.