domingo, 15 de agosto de 2010

Los Mercenarios




Vi ayer Los Mercenarios, sin saber que iba ir a ver una peli donde Stallone, Schwarzenegger, Bruce Willis, Jet Li y Jason Statham (aunque a estos últimos acabo de conocerlos) estaban juntos. Obviamente, con ese título no esperaba ver una película reflexiva, pausada que hable sobre metafísica y la mísera existencia humana (para eso me hago publicidad y leed unos post abajo) pero no me esperaba semejante ensalada de ostias y que además fuese un peliculón.Últimamente, las películas de acción tenían tramas tan enrevesadas, con tantos personajes de moral tan ambigua, escenas oscuras y con movimientos bruscos de cámara que no entendías nada (ver "Yakuza o "Alien vs Predator 2", "Hitman") que se me quitaron las ganas de ver pelis de acción. Pero en esta película todo es claro como el agua: hay unos malos, unos buenos (que en realidad son buenos porque la historia se cuenta desde su punto de vista), y la trama discurre clara como ese agua que he citado antes por un grácil arroyuelo.
Esto sacrifica un poco el hecho de que no lleva mensaje (ni hay que apoyar al tercer mundo dando el 1.2 del PIB, ni lo cruel que es el contrabando en África o que el hombre blanco tala bosques y mata ballenas) pero te mantiene pegado a la butaca los 90 minutos de peli.
PD: Dicen los expertos cinéfilos de Filmaffinity que esto es cine de acción puramente ochentero. Lo cierto es que los actores y la BSO dejan un tufillo a aquella década. Si esto es así, tendré que desempolvar "Terminator" y echarle un vistazo a la hexalogía de Rambo.
En resumen: ve a verla

Ahora, llega la hora de la casquería, voy a destripar la peli. Si no te las visto, quita tus impuros profanso ojos de aquí:
-Se acabron los negros tercermundistas chabolistas, y los dictadores que comercian con diamantes y niños-soldado. Esto es un paraíso tropical bananero al estilo de los setenta (como los uqe puedes hacerte en Trópico 3) con un dictador barbudo bananero, y un ejército bananero de los de AK-47 (que caen como moscas ante nuestros mercenarios con fusiles de última tecnología). Y esto me encanta.
-Historias qu no viene a cuento: Jet Li quiere un aumento de sueldo, pero sólo se habla del tema en dis escena,s y no es aclara en la peli porqué es.
-Atentos al anillo de Stallone.
-La proposición de Bruce Willis a Schwarzenegger y Stallone de que se felen. Quedaría muy gay (y ojo que yo no pierdo aceite) pero sería un hito cinematográfico.
-En el asalto al barco pirata de Somalia, ¿no había más mercenarios?
-¿Dónde está Chuck Norris?

jueves, 5 de agosto de 2010

Intrépidos compradores

Calurosa la tarde del estío, Pablo y Juan iban bajo el sofocante calor por una acera de su barrio. No daba el sol de lleno por los gigantes de adobe, edificios encalados de blanco, con sus cornisas pintadas, ora de amarillo, ora de rojo, y sim embargo, el bochorno era a duras penas soportable.
-Pablo-dijo Juan, con tono de queja- Tu ya sabes que yo considero el mero hecho de ir a comprar ropa con un tío ya es bastante de maricas, como para que encima vayamos a comprar unos calzoncillos para ti.
Así era Juan, el eterno acomplejado del grupo de amigos, siempre preocupado de lo que en boca de otros se diga de él. No obstante, la que peor llevaba su complejo era su billetera, siempre vacía por las ingentes cantidades de dinero que se compraba en ropa, colonias y calzado, todo de la mejor marca y fabricante. Sus problemas con las mujeres no hacían mas que aumentar ese complejo, lo que le hacía comprar más y mejor ropa, entraba en un círculo vicioso. Todo ese torbellino de inseguridades y frustraciones se veían reflejadas en su atlético cuerpo, macizo, curtido en los mejores gimnasios, gracias a las cuotas abonadas por sus padres. Su rostro, de facciones finas, totalemente imberbe, resultaría atractivo a cualquier mujer dispuesta a dejarse amar. No obstante, sus inseguridades, paranoias y falta de experiencia en el mundo de las féminas le jugaban malas pasadas.
-¿Tienes algo que hacer?-Pablo, aunque brusco en su trato, siempre buscaba lo mejor para quines le rodebaban (quines le rodeaban que le caían bien, por supuesto). Aunque esa frase que acabase de pronunciar tuviese cierto tono de reprimenda e ironía a partes iguales (puesto que sabía que Juan no tenía con quién más ir), era simplemente un rasgo que debía de pulir. Desgarbado, con la cara cubierta de perenne pelusa, más bajo que Juan y menos en forma, Pablo sabía algo más de mujeres que su inseguro amigo. Lo que pasa es que es fácil saber más de mujeres que el desdichado Juan.
Apenas dos o tres escarceos amorosos, chiquilladas, copaban su palmarés. Quizás fue el tercero el que más relevancia tenga en este relato, pero todo a su debido tiempo.
-Bueno-dudó Juan-Creo que tenemos algo mejor que hacer, me refiero. Fíjate en nosotros, dos jóvenes fuertes y atléticos no tenemos nada mejor que hacer en verano que ir a comprar calzoncillos. Deberíamos de ir por ahí, de fiesta.
Pablo le miró a través de sus gafas de sol. Obviamente Juan no pudo apreciar la mirada de su compañero, pero en ella habría visto una muestra de ironía y diversión. Obviamente Juan se refería a ligar, a salir a conocer mujeres de su edad, pizpiretas y de risa fácil. Pero Juan era n iluso. En una ciudad del interior, en pleno agosto, no se podía ir a ligar. Su amigo probablemente acabaría desistiendo, dejándose el contenido de su billetera en la barra del pub y siendo llevado a hombros por Pablo hasta la puerta de su casa. Y ese no era el plan que tenía Pablo para esa tarde. Era comprarse unos calzoncillos, dar una vuelta y cenar en su casa, para luego ver la televisión un rato.
-No-dijo tajantemente Pablo- he dicho de comprar calzoncillos, y calzoncillos compraré.
Durante el corto trayecto entablaron una animada conversación, banal para el lector de este relato, pero que acortó el camino a nuestros intrépidos comparadores. Pablo se paró ante una sencilla tienda de barrio, Confecciones Ana rezaba el rótulo. Ante el asombro de Juan por el destartaldo sitio, preguntó a su amigo si de verdad pensaba comprar allí su ropa interior.
-Por supuesto, aquí los compro siempre.
-Pero-Juan miró a la dependienta, una vieja sentada en una silla de mimbre ante un ventilador, que mecía sus canos cabellos-aquí es donde se los compraría mi abuelo. Ven, te diré un sitio mejor, de verdad.
-A mí me gusta aquí.
-Nah, déjate de tonterías y ven conmigo.
Juan dirigió a Pablo hacia el centro de la ciudad. Viendo el cmabio de paisaje, Pablo advirtió a Juan:
-No voy a gastarme más de tres euros por calzoncillo, Juan.
-Cuestan hasta más baratos-mintió Juan, seguro de que su amigo quedaría maravillado por los calzoncillos que le iba a mostrar.
Según se iban internando el centro de la ciudad, desierta por el calor, Pablo dudaba más de la idea de su amigo. Las ideas de Juan cambiaban constantemente, a cada cuál más descabellada. Recordaba cómo un día los engatusó para ir a una discoteca, a él y a todos sus amigos. Pablo no era amigo de las discotecas, pero accedió. El día invernal, lluvioso como nunca lo había estado por aquellas tierras, comenzó a empañar los planes del grupo. Tras llegar empapados, con sus mejores galas,desde el centro de la ciudad hasta el polígono donde se encontraba la discoteca, vieron que estaba cerrada. Monumental fue el enfado del grupo, y monumental la sobriedad de aquella noche. Historias así había pares acerca de Juan, el eterno incomprendido.
Habían llegado ya a la tienda, una tienda de las que tanto abundan en los centros de las urbes, todas de cristal y metal, con música a todo volumen. Si a Pablo no le gustaban las discotecas, estas tiendas las odiaba. La función de las discotecas era poner música y ofrecer pista de baile a los que esa afición les guste practicar, por lo que Pablo lo respetaba. Pero la función de una tienda era comprar, no escuchar música.
-Ven, están en la segunda planta-dijo Juan, alzando la voz, debido al insoportable ruido.
Y Pablo, resignado, fue a ver los calzoncillos.

CONTINUARÁ