Hacemos cosas sin atender a una razón concreta. Son meros
caprichos que nos concedemos en una sociedad reglada y procedimentalizada,
quizás como revulsivo a la atonía que se impone en esta. Una fría tarde de
Navidad me hallo paseando por una extensa librería de mi ciudad –extensa en
términos cordobeses- y me desplazo, como hago siempre, de oeste a este por la
estancia forrada de estanterías con libros: de la sección de literatura clásica
hasta los ensayos. La librería no guarda un orden definido: podemos encontrar
los mismos clásicos, pero de editoriales de renombre, nada más entrar.
En los ensayos, la parte más descuidada de la tienda, había
solo dos ejemplares de un ensayo sobre ballenas. “Leviatán o la ballena” de
Philip Hoare. Primero podría pensarse que ese libro está ahí por error: unas
baldas más arriba hay ejemplares de “El contrato social” de Rousseau, una
Enciclopedia de la filosofía occidental y similares. Solo ayudan a seguir
inspeccionado el ejemplar el dolus bonus
que se anuncia en la propia portada: “Premio BBC Samuel Johnson al mejor libro
de no ficción”, “Un libro imprescindible” dicho por Fernando Savater y otras
loas de Antonio Muñoz Molina y Alex Ross. El precio ronda los 25 euros,
suficiente para espantarme, y la temática no suele entrar en mis lecturas.
Además, tengo los libros de Mo Yan, último premio Nobel, a solo unas
estanterías de distancia, y si me apuráis, cientos de lecturas pendientes para
mi deficiente formación autodidacta: desde “El ser y la nada” de Sartre hasta “El
capital” de Marx. Y ni que decir tiene que en mi casa me espera, inmaculado y
aún por abrir, “El retrato de Dorian Grey” de mi querido y sarcástico Wilde y “El
niño del pijama a rayas”, eso sí, en inglés, junto a una selección en ese mismo
idioma de relatos de Roal Dahl. Nada, apenas.
Por azares del destino, y con una convicción casi fanática
de que no iban a escogerlo, incluí ese libro en la lista que elaboro para que
me regalen el 6 de enero. (Lo único que pido en realidad, aunque siempre cae
algo más). Estaba convencido de que Mo Yan prevalecería. El 6 de enero, sus
Majestades de Oriente me honran con “Nueve cuentos” Salinger y “Leviatán o la
ballena”. Ni rastro de Mo Yan. “La literatura oriental puede esperar” parecían
decir sus altezas, cuando irónicamente hacen su viaje desde Oriente.
Terminé de leerme “El invierno del mundo”, -iba a hacer
reseña, pero ¿para qué? Sigue siendo tan maniqueo y patético como el anterior-
y comencé con este. Brutal y sugestivo. No es una historia; es un todo. El
único hilo conductor de la historia es la ballena considerada en sí misma. El
mundo se abstrae y se focaliza en el inmenso mamífero. Hoare logra que esos
animales, que nos provocaban una mezcla de lástima, diversión e indiferencia,
se revelen en todo su esplendor. Narra magistralmente la lucha titánica de estos
colosales cetáceos con la Humanidad, y su aporte al desarrollo y configuración
de Occidente.
¿Historia, literatura, economía, biología? Nos debería de
dar igual. No cojamos este libro para aprender sobre cetáceos. Hoare no es ni
historiador, ni filólogo, ni economista ni biólogo. Su escrito procede de su
amor por estos animales. Una escritura sugestiva, cruda a veces, narrativa y
objetiva cuando debe serlo. Sin hilo. Partimos de las características biológicas
de la ballena –su fisonomía, sus especies, sus “clics”, sus cabezas llenas de
esperma- para indagar en la relación de Melville con los cetáceos y saltar a
cualquier parte del mundo donde estos cetáceos fuesen cazados. Mágicamente nos
desplazamos de una colonia de cuáqueros hacia las inmensas fábricas de matar
flotantes que fueron los balleneros del siglo VXIII, y damos un salto en la
Historia para ver los vestigios de la caza de la ballena en la actualidad.
Podría deshacerme en halagos, pero no sería desde luego
imparcial. Es un libro maravilloso que merece la pena ser leído. Con una prosa
formidable –sugestiva, como he repetido ya mil veces- más que leer nos va a
parecer flotar en un océano de líquido amniótico donde las ballenas, el capitán
Ahab y los balleneros japoneses desarrollan una mágica danza ante nuestros
ojos, todo para demostrar la brutalidad del ser humano con la naturaleza, en
este caso, con estos animales antediluvianos que se nos descubrirán mucho más
maravillosos de lo que jamás osamos a pensar.